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Síndrome de sobreentrenamiento

Partiendo de la Teoría del “Síndrome General de Adaptación” (G.A.S.) planteada por Selye (1976) en su libro “Stress in health and disease”, se distinguen tres fases por las que el organismo de un sujeto puede pasar tras un estímulo estresante que suponga la interrupción de su estado de equilibrio (homeostasis), siendo estas:

  1. Fase de Alarma. El organismo responde al agente estresor de forma no específica.

  2. Fase de Adaptación o Resistencia. Tienen lugar aquellas adaptaciones específicas necesarias para sobreponerse al estímulo y llevar al organismo a su homeostasis, pudiendo ser incluso más resistente que su estado inicial si se logra la supercompensación.

  3. Fase de Agotamiento. Se da cuando el organismo es incapaz de adaptarse al estímulo, lo cual conlleva al sujeto a padecer un estado de fatiga.

 

En el ámbito deportivo y según González-Boto et al., (2006), el estímulo estresante que menciona Selye (1976) estaría relacionado con las cargas de entrenamiento. Estos estímulos provocan una serie de cambios funcionales en el organismo del deportista con el fin de mejorar su rendimiento, completándose así un ciclo de supercompensación. Este mismo ciclo tiene lugar de forma reiterada en atletas asiduos, provocando que los cambios orgánicos resulten más duraderos y permitiendo un proceso de adaptación más eficiente ante futuras nuevas cargas. No obstante, cuando la carga de entrenamiento supone una demanda excesiva de la capacidad adaptativa del deportista, su facultad funcional puede verse deteriorada.

Ante esta situación y poniendo especial atención a la tercera fase del G.A.S., Pancorbo (2003) define el concepto de fatiga como el estado físico y/o psíquico que incapacita al sujeto que lo padece a desempeñar una actividad determinada al mismo nivel que la realizaba antes. El autor advierte además de la posibilidad de sufrir desajustes biológicos que pueden suponer una recesión de las capacidades funcionales si las pretensiones de continuos estímulos no permiten la autorregulación del organismo debido a la acumulación de carga estresante. Y, aunque estima que son múltiples los factores que conllevan a padecer este estado de lasitud prolongada, valora la relación entre la carga física de un estímulo y el periodo de recuperación como la principal causa, supeditada principalmente del nivel de entrenamiento y de la aptitud física.

Becerro (2004) relaciona esta fatiga crónica con el Síndrome de Sobreentrenamiento (SSE), producido principalmente por un desequilibrio entre incrementos en las variables del entrenamiento, como el volumen y/o la intensidad, durante un largo lapso de tiempo y periodos insuficientes de recuperación. El autor trata de respaldar su afirmación sugiriendo que, por un lado, volúmenes altos de entrenamientos suponen el reclutamiento repetido de gran cantidad de unidades motoras, lo cual provoca la disminución de sustratos energéticos, y que, por otro lado, el trabajo reiterado con cargas que supongan intensidades máximas conlleva un mayor estrés físico y psíquico. Debido a este desequilibrio, Pancorbo (2003) acusa un deterioro de las capacidades físicas (como la fuerza o la resistencia) y una mayor dificultad para realizar los gestos técnicos propios del deporte, provocando, a su vez, un empobrecido rendimiento.

Tratando de abordar esta problemática, Budgett (1998) recalca la importancia de periodizar las cargas de entrenamiento para no solo tratar de conseguir las mejores marcas de rendimiento en el momento adecuado, sino también para asegurar una correcta recuperación. Desarrollando esta idea, Bompa y Buzzichelli (2019) en su libro “Theory and Methodology of Training” sugieren que, para garantizar dicha recuperación, el deportista debe contrarrestar la fatiga post ejercicio disminuyendo los valores de cortisol, lidiando con la concentración de ácido láctico acumulada y renovando las reservas de glucógeno y fosfágenos. De esta forma, los autores recuerdan la Teoría del G.A.S. de Selye (1976) para advertir que, ante un inadecuado diseño de la periodización de las cargas y su consiguiente inapropiado periodo de recuperación, no solo no tienen lugar las adaptaciones necesarias para que el deportista se sobreponga al estímulo, sino que su estado de homeostasis se ve deteriorado como consecuencia de la fatiga acumulada.

Budgett (1998) señala además que un peor rendimiento deportivo debido a un episodio de SSE suele estar acompañado de una notoria vulnerabilidad de las capacidades funcionales, inducida por alteraciones en sistemas vitales como el endocrino, nervioso o inmunológico entre otros. Es por ello que, un sujeto sobreentrenado suele experimentar continuos trastornos emocionales, una peor calidad del sueño o una mayor probabilidad de enfermar como parte de la sintomatología asociada.

Por último, Becerro (2004) expone la posibilidad de que cualquier atleta, independientemente de su nivel deportivo, pueda sufrir episodios de SSE; y añade, además, que son los que disponen de menor y/o peor información acerca de cómo gestionar y optimizar su rendimiento y los que no cuentan con la supervisión de un profesional formado en la materia aquéllos más expuestos a padecerlos.

 

José Manuel García Payán

Graduado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte

Técnico Superior en Animación y Actividades Físico-Deportivas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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